Hay tres tipos de
niños: Los que sueñan con la fama, los que pretenden tocar la luna y los
marginados, estos últimos pintan, rayan y se quejan, la mayoría de veces
terminan cambiando el mundo (o al menos soñándolo). Narrar los años
que la mayoría llaman perfectos es pérdida de tiempo, yo los pasé queriendo
crecer cada día un poco más. No hay mucho qué decir cuando se es pequeño,
narrarle al diario qué se hace o qué se
come termina hastiando.
En general te crece
el pene o las tetas y con ellos la curiosidad. Así te folla la literatura y te
subyugas a volver a hacerla y recrearla,
experimentarla y joderla, descubres mil maneras de llevarla a cabo y partir de
eso la desarrollas y criticas, conforme a eso va creciendo. Te leen, se sienten
con el poder de opinar; los retas a hacer algo mejor y cuando se codean con tu
superioridad y ella los manda al carajo, no fue tan difícil joderlos, ¿no? Basta
con conocer un novato para que el orgullo crezca, conoces al segundo y hasta la
última partícula se engrandece con locura.
Sale lo filósofo
y te crees Lacroix. Un poco de erotismo y eres Sadé. Basta con leer el
manifiesto y eres un comunista de izquierda, y así sucesivamente, no sabes
quién eres porque la personalidad que te ofrecen va mejor contigo que la
anterior… terminas con un mercado negro de estupideces que a nadie más que a ti
le interesan.
Todo lo que haces
tiene un poco de ti, hasta que intentas que no lo tenga y fracasas, entras a
alguna variación de crisis existencial que se hace visible en “tiempos de
descanso”, le escribes a tu primer amor, a tu mejor amigo, odias al mundo y vas
matando a unos cuantos, odias a uno en específico y por inercia terminas
convirtiéndote en él. Te das cuenta que eres una escoria y encuentras más
escorias, dejas de ser escritor cuando lo analizas, ahora sólo escribes, sólo
vives como los demás miserables. Ya no hay superioridad que valga, ibas muy
rápido para darte cuenta que pisaste mierda.