martes, 8 de julio de 2014

Epifanía al Trainspotting.


«Trainspotting es una palabra inglesa sin traducción al español que hace referencia a la observación ociosa de trenes. En el argot escocés, se usa para aludir a la vena en la que se inyecta heroína»



Dentro de un mundo cabía la sonrisa que nunca llegó y aun así se fue. Estuve encarnado en alguien o en algo que tampoco sabía que existía, me veía en el espejo, ¿algo, quién, qué, por qué? Decía el reflejo. Porque yo también sé recostarme en mi cadáver, salir de mí mismo, quitarme los pies y aun así estar de pie, dándole vueltas a un asunto.

Solo en la tierra –o piel– de un cuerpo –o cadáver– que no conozco. No sé nada, ¿y quién necesitaría estar en pleno juicio cuando hay una pena? Algún día voy a tener que hacer algo, hoy no hago nada. Me quejaré sobre el asunto rutinario y banal de la falta de billetes en mi billetera, de la falta de un amor que por milésima vez tampoco tuve. Me quejaré de la falta de oxígeno en mi recámara, posiblemente viva con más cigarros que con ganas de vivir, pero lo haré. Posiblemente mi cuarto sea la sala de espera de una aerolínea directa a la muerte. Quizá viva en Colombia, quizá ella nada, quizá ella todo menos mía. ¿Quién sabe qué va a ser de cada uno en el futuro? Quien lo sepa ya no será digno de vivir.

No es difícil percatarse de la inherencia en sus acciones, la manera en que todo acto voraz es humillado y convertido en el pan de cada día para ser utilizado por la sociedad de simios que me rodea.

Porque ser apática es lo mío pero no lo acepto. ¿Tal vez  lo único que pretendo es atención, no? Pero la única atención que quiero es la mía y no quiero dármela ni tenerla ni nada, porque qué asco. Necesito salir de este mundo por lo menos para dejar de respirar un ratico.

Me sorprende la incredulidad del sentimiento, esa pertenencia tan catastrófica a la sensibilidad del hombre, el deseo de compartir la vida que, irremediablemente, lleva a la muerte. ¡Cuando entenderá la gente el eterno vaivén del espíritu! ¡Cuando entenderemos la similitud del yo con la tierra en que crecen las flores sobre los muertos! El alma sopesa ciegamente lo que el corazón le pide ¿Cómo buscamos un alma fuerte con corazones tan enclenques? Olvidemos al resto, desconozcamos a la humanidad en pos de nuestro destino sagrado, que el destino del cosmos lo manejemos nosotros, que ni la vida, ni el tiempo, ni la muerte, ni nada se escape a nuestro más paupérrimo control.

Volteemos la mirada al cielo, veamos decadente al Ícaro caer sobre nuestro compañerismo, sobre nuestra hermandad y acabémosla, destruyamos los vestigios del mundo pasado, acabémonos con ellas y renazcamos, en grotescas formas, de las cenizas.


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